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En Español

 

Queridos amigos, de habla hispana,
tengo el placer de presentaros algunos “cuentos” 
procedentes de mis libros escritos en francés.  
Los traduje al español
y mi profesora de Tenerife, Pilar García Álvarez tuvo la gentileza de corregirlos.
¡Le  doy las gracias por ello!

 

 

SUMARIO

  1. Las obsesiones de Katia : clic
  2. El pequeño animal (para los niños): clic
  3. Mano Verde : clic

 

 

Las Obsesiones de Katia

 

 Se había levantado sin hacer  ruido y me había dejado dormir, a pierna suelta sobre la gran cama.

Poco después, había salido también de la habitación y, no oyendo ruido en la cocina, me lo había imaginado en el salón, entretenido en leer el programa de la tele para no correr el peligro  de perderse una emisión interesante… ¡Qué idea! ¡A mí, la TV, eso no es para mí! Prefiero pasear o, por la noche, dormitar imaginándome aventuras, las orejas adormecidas por una suave música.

Avancé hasta el salón, a pasos fieltrados para sorprenderle: descansaba en el sofá, sentado, con la cabeza apoyada en el respaldo bien adaptado a la nuca: comodidad indispensable para las largas tardes “de cine”. Sólo estaba vestido con el pantalón  del pijama, los pies desnudos y el torso desnudo.

Su postura hizo que me apeteciera  un pequeño mimo. Suavemente,  me senté sobre sus rodillas, mirando hacia él, mi cabeza frente a la suya. Se despertó y me sonrió:

-         ¡Oh, Katia! ¡Por fin estás despierta!

 

Luego, mirando  mis ojos enamorados,

-         ¡Sólo piensas en  eso! ¿Si nos vamos mejor a desayunar?

 

No, prefería en primer lugar un poco de cariño  y, sin responderle, apoyé mi cabeza contra su pecho. Juan aceptó mi ternura y, casi paternalmente, me dio un beso en la cabeza que acarició amablemente. Su mano descendió sobre mi espalda, a lo largo de mi columna vertebral: yo experimenté unos  hormigueos en la parte baja de la espalda que se arqueó un poco.

¡Veo que te gusta siempre lo mismo!, apreció con una gran sonrisa.

 

Me apetecía gemir de satisfacción, pero me contuve. Por el contrario, no aguantaba más  y me di la vuelta suavemente. Estirando mis extremidades, relajé mi cuerpo, ofreciéndolo a sus manos, dejándolo a merced de sus mimos. Le gustaba acariciarme el pecho y el vientre, forrajear mi pelo… Me sentía divinamente bien y observé que, en la parte baja de mis riñones, mis movimientos incesantes también le hacían efecto. Pero esta mañana,  la  quería sólo para mí  y me dejé fundir de felicidad  sin más pago  para él que una sonrisa feliz de satisfacción. Se dio cuenta ya que me pegó:

-         ¡como siempre, sólo piensas en tí!

 

Me dije, a mí misma,  que Juan era un hombre adorable y que había hecho bien de vivir con él. Algunas amigas tuvieron menos suerte  y reciben,  a veces más golpes que caricias. Yo elegí bien.

Unos gorgoteos perturbaron mi sosiego y el vientre desnudo de Juan. Tenía hambre y, para ser sincera, yo también. La vida no es solamente caricias.

Me dijo:

-         Se acabaron los mimos: ¡vamos  a comer! Me oyes,  Katia: ¡“Comer”!

 

Como “amor”, “comer” es una palabra mágica. Me levanté  pues, dejé sus rodillas con agilidad  y llegué  antes que él a la cocina. Allí, lo esperé clavada al refrigerador: ¿me propondría, una vez más,  uno de esos desayunos por los que yo me volvía loca?

- Miau, le hice con amor.

- Sí, sé que tienes hambre, Katia. Añado  un poco de salmón a tus albóndigas  (y lo hizo  amablemente).

 

¡A  pesar de todo son geniales los hombres!

 

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El pequeño animal

 

¿Broncear trabajando? ¡Qué sueño!

Este miércoles, el sol formaba parte del día. La ocasión ideal para trabajar fuera, de releer mi selección de cuentos al aire libre. Tenía que verificar la ortografía, remodelar algunas frases, cambiar algunas palabras, suprimir uno u otro pasaje inútil.

No demasiado calientes porque suavizados por un viento ligero, los rayos del sol estaban soportables y bronceaban amablemente mi piel desnuda.

¡No hay que fantasmear! Llevaba un sombrero de paja de estilo “cow boy” y un short beige. Un poco mini –estoy de acuerdo- pero decente: la vecina estaba trabajando en su jardín y no quería perturbarla.

Después de haber inclinado ligeramente mi sillón relax, me instalé sobre los cojines, con el paquete de hojas en las rodillas y el bolígrafo rojo en la mano:

¡Vamos texto! Prepárate porque voy a enfrentarme a tus doscientas páginas.

Los cuentos aceptaron la operación, resignados, a pesar de mi escalpelo que enrojecía las líneas negras, cortando por lo sano. Unas veces con delicadeza, otras con rabia.

Alrededor de mi, el murmullo de las hojas en los árboles, el zumbido de las abejas en los arbustos en flor, el ruido inevitable pero muy lejano de la carretera y de la civilización.

Concentrado sobre mis cuentos, había pintarrajeado de rojo una veintena de hojas cuando un crujido inusual me hizo sobresaltar: Didi mi gato, seguramente.

Miré, atento, cuando a diez metros, vi el cuerpo sin cabeza de un pequeño animal. Cuando digo “sin cabeza”, no crean que él avanzaba decapitado por el jardín…

¡No! Su cabeza estaba escondida por un macizo de hibiscos que, en pleno florecimiento primaveral, formaba una muralla rosada en la parte de atrás de mi terraza.

Había notado su pelaje casi beige y una mancha blanca en la punta de su cola que contrastaba con la negrura de su entero pelaje.

No creo que a mi gato le guste mucho…

Me quedé inmóvil. Oía el animalito que se acercaba a mí. Al parecer, no era salvaje puesto que, en toda lógica, habría tenido que darse cuenta de mi presencia, o huir al sentirme…

De repente, vi su cabeza, solo su perfil derecho, mientras que iba a esconderse detrás de un pequeño abrevadero de piedra azul que me servía de maceta exterior.

Me extrañó: me había parecido que era un perrito. ¿Cómo diablos podía estar aquí?

Los vecinos tenían perros, incluso grandes… No podía venir de estas casas…

¿Entonces? ¿Perdido? ¿Abandonado por su propietario?

Me había parecido joven: ¿A la búsqueda de su madre?

¿Tenía que moverme? ¿Expulsarlo para evitar un careo con mi felino muy agresivo con los perritos?

No. Tenía tiempo de esperar y de verificar que es lo que buscaba.

Esto me recordó un paseo por el bosque cerca de la casa de mis padres. A penas tenía 12 años y yo me había escondido como en una trinchera cerca de un manantial donde permanecí, inmóvil, durante más de una hora. Para finalmente poder admirar a una pequeña cierva que vino a beber a unos metros de mí…

Absorto en la nostalgia de mis recuerdos y de los tiempos revueltos cuando, de repente, el pequeño animal salió de su guarida. Siguió el muro de la terraza y se dirigió a la puerta-vidriera abierta de mi salón por donde se escapaban las notas voluptuosas del Concierto de Aranjuez.

Me quedaba a menos de dos metros. Respiraba lentamente, tranquilamente. Mis ojos seguían el movimiento del animal, pero sin mover la cara.

Su ojo derecho, el único que podía ver, parecía estar recubierto de una pequeña piel.

¿Estaba enfermo? ¿Herido?

Mi cabeza se movió. Despacio. Mi sombrero la siguió al mismo ritmo. Contemplé al animalito: no era un perro porque su hocico era puntiagudo. Probablemente un pequeño zorro.

Una familia de zorros había hecho estragos en el barrio donde abundan las praderas, las grandes propiedades con árboles, los bosquecillos espinosos y los escondites naturales.

El intruso se paró cerca de la puerta, miró al salón que estaba accesible, dudó si entrar.

¿Yo tendría que intervenir para impedirle el acceso? Esperé un poco más, tremendamente exaltado con este momento de felicidad.

Ahora, a menos de un metro, el zorrito dio una vuelta: nuestras miradas se cruzaron. Me miró y, por la primera vez en su vida –muy corta, lo admito- se encontró en compañía de un escritor de cuentos.

Supongo que a él le gustó mi persona puesto que frunció los ojos como para hacerme un guiño, enseñándome su pequeño hocico afilado y sus finos bigotes. De este modo, pude constatar que era un zorrito que no parecía estar en su mejor momento. ¿Estaba buscando alimento? ¿Quién sabe?

Estaba eufórico, descubriendo este hijo de la naturaleza con sus patas temblorosas, su cola divertida, su mirada curiosa.

¿Pero dónde estaba su madre? Era demasiado joven para sobrevivir solo… ¿Capturarlo? ¿Alimentarlo? El menor movimiento por mi parte lo haría huir inmediatamente…

Por lo tanto, me contenté con aprovechar estos momentos privilegiados que viven los exploradores llenos de paciencia al acecho de los animales salvajes para fotografiarles o capturar 30 segundos extraordinarios de su vida para hacer una película que algunas personas mirarán de manera distraída…

El zorrito se quedó paralizado, pero su cola se movía como la de un perro feliz. ¿Qué mensaje quería enviarme con su mirada divertida? ¿Que esperaba de mi? ¿Cuánto tiempo más querría compartir el pequeño cánido?

Con suavidad, moví mi brazo y, despacio, tendí la mano hacia él. El animalito dudó, avanzó de un paso como lo hace mi gato cuando desea recibir caricias.

 

De repente, una moto sobreexcitada pasó a todo gas por la carretera cercana y su ruido infernal rompió el aire. Asustado, el pequeño animal dio un brinco para abandonar la terraza y huir hasta los numerosos bosquecillos que forman la valla de mi propiedad. Yo lo vi a distancia: él me miraba de lejos, protegido bajo la rama de un abeto.

El pequeño guiñó el ojo y después se alejó, lástima, lejos de mi vista. ¿Guardaría un buen recuerdo de mí? ¿La naturaleza le devolvería a su madre? ¿Sobreviviera solo en este mundo cruel?

Lo cierto es que yo no olvidaría tan pronto la cara simpática de este zorrito y su guiño amistoso y cómplice.

Al día siguiente, un olor nauseabundo me arrastró hasta la cabaña de mi jardín. Debajo del suelo, una vieja zorra se descomponía. La madre, seguramente…

El viernes, mi vecina –que adora a todos los animales- me dijo, muy triste, que había visto, al lado de la carretera, el cuerpo aplastado de un gato – o quizás de un pequeño perro-, con el pelaje beige.

Estuve muy afectado, pero desde hace dos días, cerca de mi peral, un zorrito beige, condecorado de una pequeña mancha blanca al final de su cola, viene para regalarse con las peras caídas.

 

“Pilgu” –es el nombre que le he dado- no huyó. Creo que me reconoció de lejos porque me hizó un guiño.

 

 

Nota: cuando los zorros tienen hambre y que ya han comido todas las gallinas del barrio, a veces comen frutas y prefieren las peras a las manzanas.

 

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Mano Verde

 

Con 15 minutos de retraso, el tren Paris-Cerbère acababa de pararse en la estación de Argelès-sur-Mer, cerca de Los Pirineos. Una familia de ingleses se había bajado, rápidamente acogida con unos “¡bienvenidos!” mejorados con el acento cantarín de los catalanes tan contentos de reencontrarse con sus amigos después de un año de separación.

 

En el primer vagón, un hombre solo, había escrutado los 2 lados del andén antes de pisarlo y de salir de la estación por el aparcamiento donde un coche negro parecía esperarle. Verificó la matricula, sacó una llave de su bolsillo,  y abrió un Peugeot 408.

Apenas arrancó, el motor zumbó y el GPS le llevó hasta el hotel “Cottage” en la calle “Gaudí”.

La recepcionista de noche, al extranjero llamado  “Carillac”, el falso apellido elegido para su reserva, le entregó las llaves de una habitación con vista a la piscina.

Después de haber puesto su pequeña maleta en la cama, regresó a la recepción. La recepcionista le indicó un buen restaurante llamado “La Marenda” donde comió un plato de pescado acompañado de un vino blanco muy agradable “El V de Valmy”, una crema catalana, y un café solo. Después de la cena, el extranjero se levantó repentinamente, se fue del restaurante y regresó a su hotel.

 

En la habitación, se dio una ducha, se perfumó ligeramente y se vistió de nuevo. Después abrió una cartera de cuero negro integrada en su maleta, sacó un dossier rojo en donde había una fotografía de una mujer y una hoja llena de indicaciones así como una ficha técnica con un plano de las calles, los detalles de una casa : la planta baja, el piso… Había una llave pegada en la parte inferior de la hoja. Tenía que estar allí a las 2 de la mañana.

A la hora prevista, llevó la cartera y una pistola plana que puso en su bolsillo. Con el  código secreto de la puerta de noche, salió del hotel y empezó a caminar por las calles de la ciudad.

Estaba cerca del centro.

Desplazándose a pie, siguió su plan hasta la cruz indicada en sus notas. El hombre miró la casa de pueblo, hecha de ladrillos y de piedras. ¡En unos momentos, iba a completar su encargo!

La llave salió del bolsillo hacia la cerradura, y se abrió la puerta con un ansioso susurro apenas perceptible. Una escalera estaba ante él. La tomó, haciendo chirriar los escalones. Imposible subir de otra manera. Pero el ruido ligero y natural no supuso ninguna reacción en la casa.

 

Dos habitaciones daban al  pasillo. En la primera, unos ronquidos atravesaban el espacio y resbalaban a lo largo del marco antes de huir por el intersticio que  había debajo de la puerta.

El hombre la abrió: la habitación estaba bañada en la penumbra, pero las cortinas mal cerradas dejaban pasar la luz amarilla del alumbrado público.

Es así que vio a una mujer acostada y desnuda sobre una cama doble. Encendió la luz y se sentó cerca de ella. Con la luz y el movimiento del colchón, se despertó la mujer y, de repente, se dio cuenta de que un hombre la miraba fijamente y apoyaba una pistola contra su seno.

¡Pánico!

Se incorporó un poco… Un sudor frio corrió por su frente y después por todo su cuerpo… Casi aulló. Pero finalmente, muy valiente, se enfrentó al hombre.

-          Pero… ¿Qué pasa? ¿Quién es? ¿Qué hace aquí?

-          ¡No se mueva! Dijo el intruso, apoyando con una presión la pistola contra la piel desnuda. ¿Es usted María Cordonez?

-          Sí… ¿Y Usted? ¿Quién le ha permitido entrar en mi casa? ¿Qué es este arma? Pregunta ella alzando bruscamente el tono.

-          No importa quién soy. Lo siento mucho pero tengo el encargo de matarla.

 

Contra todo pronóstico, de repente,  la mujer amenazada se echó a reír, y se dio cuenta de que su pecho estaba desnudo. Volvió a poner la sábana sobre su cuerpo apartando la pistola como si se tratara de un juguete.

-          ¿Un encargo? ¿Y de parte de quien, por favor? añadió la mujer divertida.

-          De su marido, señora, de su marido.

-          ¿Mi ex marido? ¿Pablo?

-          Sí, señora. Y si tiene algo que decirle, es ahora o nunca. Le transmitiré su mensaje.

 

Una vez más, María se echó a reír.

-          ¡Qué buena broma, asesino, te he reconocido! Nunca habría pensado que lo conseguirías. Saca tu pistola de mentira, desnúdate y deprisa ven a arrimarte a mí: te lo has merecido.

 

El asesino potencial se echó a reír: era la primera vez que encontraba a una mujer joven tan alegre, tan encantadora, tan relajada en frente de un desconocido – preparado  para matarla – apuntando con  su arma sobre su corazón. Sacó su brazo, dejó su pistola a sus pies y dejó su chaqueta sobre la silla. Se inclinó ligeramente hacia ella:

-          ¿Así que usted pretende haberme reconocido? Le pregunta  tan intrigado como sarcástico.

-          Claro.  Sé que eres Gaetano, mi contacto enamorado de la web de encuentros “Cupido.com”. Y tengo que reconocer  que has ganado tu apuesta: conseguir hallar mi casa sin tener mi dirección y sorprenderme durante la noche como un matón. ¡Eres muy bueno! ¡Te admiro!

-          No, se equivoca Señora Cordonez. Soy realmente un sicario,  un asesino, un gánster. ¡Me han pagado para matarla!

-          ¡Claro, mi guapo “gentleman” ladrón!  Y yo tendría que creerte… Mientras tanto  ven aquí para que me ocupe de ti. Me has hecho reír, y te voy a dar tu premio,  añadió,  al mismo tiempo que le quitaba  la corbata, desabotonaba su camisa, con una mano experta y su pantalón con la otra.

 

El extranjero se dejó llevar: la mujer era todavía  joven, guapa, simpática, original, llena de vida. Después de todo, nada le impedía pasar un buen momento antes de terminar su trabajo… Una especie de propina.

Por su parte, como le encantaba la naturaleza y las plantas, María se propuso sacarle partido a su invitado, que recogió, trasplantó y volvió a trasplantar. Es cierto que tenía la “mano verde” puesto que la planta floreció muy rápidamente y pronto ofreció su polen.

Extenuado por su largo viaje en tren y por los trabajos de jardinería, el hombre  se durmió. Tendría que informarse sobre los sitios de citas: eso podría tener su encanto.

La mujer miró a su amante dormido ¡Qué guapo era! Pero, muy práctica, se levantó, dio la vuelta a la cama, tomó el arma y entró en el cuarto de baño. La pistola le pareció muy real. Y finalmente, el Gaetano tumbado en su cama no correspondía mucho con la descripción de Internet. ¿Habría dicho la verdad? ¿Era posible que…? Por un momento, una ola de pánico recorrió todo su cuerpo. Su ex marido, al que había dejado hacía dos años, ¿Quería realmente vengarse de ella y matarla?

Reflexionó durante unos minutos, puso un albornoz.

El asesino dormía profundamente: ¡error profesional!

 

Preparó cuatro cuerdas con nudos corredizos que fijó a los barrotes de la cama. Después, bien decidida, con maña le ató las muñecas y los pies.

El hombre se despertó en una mala postura, desnudo y bloqueado sobre la cama, en una habitación muy iluminada.

Sonriente, la guardiana,  admiraba a su prisionero desconocido del que apreciaba la musculatura  y las formas con una mirada entendida. Ella le amenazaba con la pistola que parecía jugar en sus manos.

-          Entonces, “gentleman ladrón”. ¡Usted no es Gaetano!

 

El hombre no reaccionó. Se las ingeniaba para buscar la manera de salir de este apuro. Pero las cuerdas estaban bien atadas.

Bromeando, María, se acercó a su prisionero y le pasó la pistola bajo la nariz.

-          Eh, eh, horrible asesino. ¡Eres menos bravucón ahora!

 

Deslumbrado por la luz, avergonzado por su postura poco decente, el guapo maleante no dijo ni una palabra. Se preguntaba cómo salir del paso cuando la mujer prosiguió:

-          Dígame la verdad, o  llamo a la policía… o le mato. Estoy dudando…

-          ¡No se atreverá!

-          ¿Cómo qué no? Legítima defensa, amigo mío. Y comenzaré por  este lado: una primera bala en el centro de este bonito pero pequeño parterre de musgo, dijo señalando con el arma el miembro viril flácido de su prisionero.

 

El hombre dudó. Si explicaba su encargo, quizá tendría una posibilidad de salvarse. Admitió el encuentro con su marido y el contrato firmado por 15.000 €. Con las informaciones recibidas, fue fácil acorralarla en su casa. En la habitación la había encontrado muy guapa, atractiva, sexy. Después como consecuencia de su confusión  con Gaetano, había retrasado el momento de la ejecución: dos golpes por el precio de uno con una encantadora mujer de la que se estaba enamorando.

Pero un contrato, era un contrato y tendría que hacerlo un día u otro.

-          Le dejaré libre, con una condición, dijo María tan excitada por los cumplidos y la suma invertida por su marido para matarla como por lo extravagante de la situación. Tengo otra propuesta para Ud.: ¿Cuánto vale su vida?

 

Desconcertado, el hombre  no respondió: no comprendía a dónde esta mujer quería llegar.

María se sentó junto a él en el colchón, acarició su torso, su barriga, sus muslos, y además se puso a estimular el “joven brote”.

-          Pare –dijo-. Lo admito. Nunca he sentido tanto  placer con una mujer. Usted me ha matado de felicidad esta noche…

-          Si… Pero si usted me mata con la pistola perderá esta ocasión para siempre. Aseguró: Yo también he pasado un buen momento.

-          Estamos en un callejón sin salida… constató él, con sensatez.

-          No necesariamente, dijo. Tengo una idea. Le propongo un nuevo contrato: para garantizar mi seguridad, usted va a escribir su confesión explicando con  detalles la petición de mi marido. La pondré en un sitio seguro. Y después, yo le daré un contrato con la cabeza de mi ex marido: su vida vale más que 15.000 euros, ¿no es así? A continuación, usted vuelve aquí e intentamos un contrato de vida juntos. ¿Qué piensa de esta solución?

 

Como no podía elegir, pero encantado con la idea de volver a ser el invitado de la pequeña María y  que su mano verde se ocupara de nuevo de su jardín íntimo, aceptó sin dudarlo.

Pablo, el ex marido fue víctima de sus celos y apareció una mañana, tumbado sin vida en su cama, el cráneo agujereado por una bala. “Un buen trabajo de profesional”, dijo el comisario encargado de la investigación.

En cuanto al “horrible asesino”, decidió buscar otro trabajo, seguramente peor pagado pero menos arriesgado y menos solitario. Con su bonita compañera, crearon una pequeña empresa de jardinería llamada “Mano verde”. Y de manera muy natural, se amaron durante mucho tiempo y, - como se dice en  los cuentos- fueron felices y comieron perdices.

 

 

 

 

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