Mano Verde
Con 15 minutos de retraso, el tren Paris-Cerbère acababa de pararse en la estación de Argelès-sur-Mer, cerca de Los Pirineos. Una familia de ingleses se había bajado, rápidamente acogida con unos “¡bienvenidos!” mejorados con el acento cantarín de los catalanes tan contentos de reencontrarse con sus amigos después de un año de separación.
En el primer vagón, un hombre solo, había escrutado los 2 lados del andén antes de pisarlo y de salir de la estación por el aparcamiento donde un coche negro parecía esperarle. Verificó la matricula, sacó una llave de su bolsillo, y abrió un Peugeot 408.
Apenas arrancó, el motor zumbó y el GPS le llevó hasta el hotel “Cottage” en la calle “Gaudí”.
La recepcionista de noche, al extranjero llamado “Carillac”, el falso apellido elegido para su reserva, le entregó las llaves de una habitación con vista a la piscina.
Después de haber puesto su pequeña maleta en la cama, regresó a la recepción. La recepcionista le indicó un buen restaurante llamado “La Marenda” donde comió un plato de pescado acompañado de un vino blanco muy agradable “El V de Valmy”, una crema catalana, y un café solo. Después de la cena, el extranjero se levantó repentinamente, se fue del restaurante y regresó a su hotel.
En la habitación, se dio una ducha, se perfumó ligeramente y se vistió de nuevo. Después abrió una cartera de cuero negro integrada en su maleta, sacó un dossier rojo en donde había una fotografía de una mujer y una hoja llena de indicaciones así como una ficha técnica con un plano de las calles, los detalles de una casa : la planta baja, el piso… Había una llave pegada en la parte inferior de la hoja. Tenía que estar allí a las 2 de la mañana.
A la hora prevista, llevó la cartera y una pistola plana que puso en su bolsillo. Con el código secreto de la puerta de noche, salió del hotel y empezó a caminar por las calles de la ciudad.
Estaba cerca del centro.
Desplazándose a pie, siguió su plan hasta la cruz indicada en sus notas. El hombre miró la casa de pueblo, hecha de ladrillos y de piedras. ¡En unos momentos, iba a completar su encargo!
La llave salió del bolsillo hacia la cerradura, y se abrió la puerta con un ansioso susurro apenas perceptible. Una escalera estaba ante él. La tomó, haciendo chirriar los escalones. Imposible subir de otra manera. Pero el ruido ligero y natural no supuso ninguna reacción en la casa.
Dos habitaciones daban al pasillo. En la primera, unos ronquidos atravesaban el espacio y resbalaban a lo largo del marco antes de huir por el intersticio que había debajo de la puerta.
El hombre la abrió: la habitación estaba bañada en la penumbra, pero las cortinas mal cerradas dejaban pasar la luz amarilla del alumbrado público.
Es así que vio a una mujer acostada y desnuda sobre una cama doble. Encendió la luz y se sentó cerca de ella. Con la luz y el movimiento del colchón, se despertó la mujer y, de repente, se dio cuenta de que un hombre la miraba fijamente y apoyaba una pistola contra su seno.
¡Pánico!
Se incorporó un poco… Un sudor frio corrió por su frente y después por todo su cuerpo… Casi aulló. Pero finalmente, muy valiente, se enfrentó al hombre.
- Pero… ¿Qué pasa? ¿Quién es? ¿Qué hace aquí?
- ¡No se mueva! Dijo el intruso, apoyando con una presión la pistola contra la piel desnuda. ¿Es usted María Cordonez?
- Sí… ¿Y Usted? ¿Quién le ha permitido entrar en mi casa? ¿Qué es este arma? Pregunta ella alzando bruscamente el tono.
- No importa quién soy. Lo siento mucho pero tengo el encargo de matarla.
Contra todo pronóstico, de repente, la mujer amenazada se echó a reír, y se dio cuenta de que su pecho estaba desnudo. Volvió a poner la sábana sobre su cuerpo apartando la pistola como si se tratara de un juguete.
- ¿Un encargo? ¿Y de parte de quien, por favor? añadió la mujer divertida.
- De su marido, señora, de su marido.
- ¿Mi ex marido? ¿Pablo?
- Sí, señora. Y si tiene algo que decirle, es ahora o nunca. Le transmitiré su mensaje.
Una vez más, María se echó a reír.
- ¡Qué buena broma, asesino, te he reconocido! Nunca habría pensado que lo conseguirías. Saca tu pistola de mentira, desnúdate y deprisa ven a arrimarte a mí: te lo has merecido.
El asesino potencial se echó a reír: era la primera vez que encontraba a una mujer joven tan alegre, tan encantadora, tan relajada en frente de un desconocido – preparado para matarla – apuntando con su arma sobre su corazón. Sacó su brazo, dejó su pistola a sus pies y dejó su chaqueta sobre la silla. Se inclinó ligeramente hacia ella:
- ¿Así que usted pretende haberme reconocido? Le pregunta tan intrigado como sarcástico.
- Claro. Sé que eres Gaetano, mi contacto enamorado de la web de encuentros “Cupido.com”. Y tengo que reconocer que has ganado tu apuesta: conseguir hallar mi casa sin tener mi dirección y sorprenderme durante la noche como un matón. ¡Eres muy bueno! ¡Te admiro!
- No, se equivoca Señora Cordonez. Soy realmente un sicario, un asesino, un gánster. ¡Me han pagado para matarla!
- ¡Claro, mi guapo “gentleman” ladrón! Y yo tendría que creerte… Mientras tanto ven aquí para que me ocupe de ti. Me has hecho reír, y te voy a dar tu premio, añadió, al mismo tiempo que le quitaba la corbata, desabotonaba su camisa, con una mano experta y su pantalón con la otra.
El extranjero se dejó llevar: la mujer era todavía joven, guapa, simpática, original, llena de vida. Después de todo, nada le impedía pasar un buen momento antes de terminar su trabajo… Una especie de propina.
Por su parte, como le encantaba la naturaleza y las plantas, María se propuso sacarle partido a su invitado, que recogió, trasplantó y volvió a trasplantar. Es cierto que tenía la “mano verde” puesto que la planta floreció muy rápidamente y pronto ofreció su polen.
Extenuado por su largo viaje en tren y por los trabajos de jardinería, el hombre se durmió. Tendría que informarse sobre los sitios de citas: eso podría tener su encanto.
La mujer miró a su amante dormido ¡Qué guapo era! Pero, muy práctica, se levantó, dio la vuelta a la cama, tomó el arma y entró en el cuarto de baño. La pistola le pareció muy real. Y finalmente, el Gaetano tumbado en su cama no correspondía mucho con la descripción de Internet. ¿Habría dicho la verdad? ¿Era posible que…? Por un momento, una ola de pánico recorrió todo su cuerpo. Su ex marido, al que había dejado hacía dos años, ¿Quería realmente vengarse de ella y matarla?
Reflexionó durante unos minutos, puso un albornoz.
El asesino dormía profundamente: ¡error profesional!
Preparó cuatro cuerdas con nudos corredizos que fijó a los barrotes de la cama. Después, bien decidida, con maña le ató las muñecas y los pies.
El hombre se despertó en una mala postura, desnudo y bloqueado sobre la cama, en una habitación muy iluminada.
Sonriente, la guardiana, admiraba a su prisionero desconocido del que apreciaba la musculatura y las formas con una mirada entendida. Ella le amenazaba con la pistola que parecía jugar en sus manos.
- Entonces, “gentleman ladrón”. ¡Usted no es Gaetano!
El hombre no reaccionó. Se las ingeniaba para buscar la manera de salir de este apuro. Pero las cuerdas estaban bien atadas.
Bromeando, María, se acercó a su prisionero y le pasó la pistola bajo la nariz.
- Eh, eh, horrible asesino. ¡Eres menos bravucón ahora!
Deslumbrado por la luz, avergonzado por su postura poco decente, el guapo maleante no dijo ni una palabra. Se preguntaba cómo salir del paso cuando la mujer prosiguió:
- Dígame la verdad, o llamo a la policía… o le mato. Estoy dudando…
- ¡No se atreverá!
- ¿Cómo qué no? Legítima defensa, amigo mío. Y comenzaré por este lado: una primera bala en el centro de este bonito pero pequeño parterre de musgo, dijo señalando con el arma el miembro viril flácido de su prisionero.
El hombre dudó. Si explicaba su encargo, quizá tendría una posibilidad de salvarse. Admitió el encuentro con su marido y el contrato firmado por 15.000 €. Con las informaciones recibidas, fue fácil acorralarla en su casa. En la habitación la había encontrado muy guapa, atractiva, sexy. Después como consecuencia de su confusión con Gaetano, había retrasado el momento de la ejecución: dos golpes por el precio de uno con una encantadora mujer de la que se estaba enamorando.
Pero un contrato, era un contrato y tendría que hacerlo un día u otro.
- Le dejaré libre, con una condición, dijo María tan excitada por los cumplidos y la suma invertida por su marido para matarla como por lo extravagante de la situación. Tengo otra propuesta para Ud.: ¿Cuánto vale su vida?
Desconcertado, el hombre no respondió: no comprendía a dónde esta mujer quería llegar.
María se sentó junto a él en el colchón, acarició su torso, su barriga, sus muslos, y además se puso a estimular el “joven brote”.
- Pare –dijo-. Lo admito. Nunca he sentido tanto placer con una mujer. Usted me ha matado de felicidad esta noche…
- Si… Pero si usted me mata con la pistola perderá esta ocasión para siempre. Aseguró: Yo también he pasado un buen momento.
- Estamos en un callejón sin salida… constató él, con sensatez.
- No necesariamente, dijo. Tengo una idea. Le propongo un nuevo contrato: para garantizar mi seguridad, usted va a escribir su confesión explicando con detalles la petición de mi marido. La pondré en un sitio seguro. Y después, yo le daré un contrato con la cabeza de mi ex marido: su vida vale más que 15.000 euros, ¿no es así? A continuación, usted vuelve aquí e intentamos un contrato de vida juntos. ¿Qué piensa de esta solución?
Como no podía elegir, pero encantado con la idea de volver a ser el invitado de la pequeña María y que su mano verde se ocupara de nuevo de su jardín íntimo, aceptó sin dudarlo.
Pablo, el ex marido fue víctima de sus celos y apareció una mañana, tumbado sin vida en su cama, el cráneo agujereado por una bala. “Un buen trabajo de profesional”, dijo el comisario encargado de la investigación.
En cuanto al “horrible asesino”, decidió buscar otro trabajo, seguramente peor pagado pero menos arriesgado y menos solitario. Con su bonita compañera, crearon una pequeña empresa de jardinería llamada “Mano verde”. Y de manera muy natural, se amaron durante mucho tiempo y, - como se dice en los cuentos- fueron felices y comieron perdices.
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